ELEFANTES

En las orejas tenía elefantes. Eran blancos, con ojos como de perlas. Parecía extraño, aunque en realidad así sonaba pero no lo era. Aparecían al final de sus orejas y colgaban casi hasta el hombro. Una mujer con elefantes en las orejas. Eso era algo que Jonás no había visto nunca hasta ese momento. Le pareció gracioso e intentó no reírse y cuando llegó a su casa lo primero que hizo fue subir a su cuarto y hacer un dibujo. Parecía perfecto cuando lo terminó. Esos mismos elefantes, ahora más grandes, le parecían a él una réplica exacta de los que había visto en la plaza minutos antes. Dobló el dibujo y lo puso debajo de su almohada. Era algo que hacía habitualmente después de dibujar: doblar el papel y guardarlo en su cama. Sentía que era más seguro ese lugar. Y sus dibujos merecían seguridad, porque eran muy importantes para él. Siempre hacía lo mismo: los guardaba allí para poder verlos apenas se levantase al día siguiente. Casi siempre le parecían muy distintos del día anterior y Jonás sin saberlo fue creando un mito de esas noches. Creía que sus dibujos se transformaban con sus sueños, con sus noches y su almohada.
Por Hill Evans
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